miércoles, 20 de junio de 2018

Ella nunca se fue, ella estaba ahí

Imagen de Catalina Hernández Ardila. Fotografía hecha por Travis. New York 2005 ©

Ha pasado algún tiempo desde que con nostalgia se vio a sí misma en el espejo y encontró un reflejo triste, con los ojos llenos de lágrimas, cansancio de tantas noches de insomnio, de darle vueltas a tantas ideas tontas, de dormir abrazada a una culpa ilógica.

Ese día en que se miraba al espejo y se preguntaba ¿Dónde está aquella mujer? Aquella que sonreía con los ojos, que brillaba con luz propia, que veía en cada calamidad el lado positivo y siempre se decía a sí misma "un día lo recordaré y reiré, de esto aprenderé algo". 

La echaba de menos, esa mujer que renunció a ser princesa, que renunció a llevar zapatillas de cristal y en su lugar blandía una espada  para abrirse camino hasta llegar a conseguir lo que quería por sí misma, aunque fuese difícil, incluso casi imposible; que amaba arriesgarse y no temía empezar de cero, porque fue lo que la vida le enseñó tantas veces. Esa que se oponía al miedo y aunque lo llevase a su lado le ignoraba más de una vez. 

No, ya no era ella, ya no estaba allí, en su lugar había una muñeca rota, rota en mil pedazos; su luz se había hecho tenue y su sonrisa era pequeña y mentirosa, sí, porque mentía para decirle a quien miraba a esos ojos opacos y tristes que intentaban esconder las lágrimas "todo está bien, no pasa nada" y sí pasaba. 

Se había vuelto pequeñita y vulnerable, esa fortaleza con la que marcaba sus pasos se había desvanecido, era un ser casi inerte, que deambulaba por la vida, que caminaba mirando hacia el suelo, perdida entre pensamientos pesimistas, enredada en su soledad y su corazón roto y lleno de heridas. Creía que ya no era nada, que ya no era nadie, que no valía, que tenía miedo a tomar decisiones, que no tenía mérito absolutamente nada de lo que hacía, sin saber que en realidad, aún hacía las cosas bien.

Un día, en medio de esa tormenta en la que deseaba que su corazón dejara de latir, logró escuchar la voz de aquella mujer valiente a la que tanto extrañaba. "Déjame salir", le decía, "Aún estoy aquí, atrapada en el fondo de ese pozo al que has caído. Vamos a escapar, te prometo que saldrá bien, confía en mí".

No había más que perder ¿la esperanza? Ya no quedaba más que buscar lo que aún quedaba de su antiguo yo, antes de que se convirtiera en un recuerdo inútil para siempre, antes de quedarse en el fondo de aquel pozo y no pudiera escapar nunca. 

No, no se lo podía permitir e invocó aquella fuerza con la que solía arriesgarse cada vez que buscaba una nueva oportunidad y en un arrebato de locura, salió corriendo, tan rápido como pudo, con lo poco que tenía. Se atrevió por fin a escalar ese muro sabiendo que no sería fácil, diciéndose a sí misma una y otra vez "ya no puedo ir abajo cuando he tocado fondo, solo queda una salida y es subiendo" y aunque el miedo la acompañaba como si fuese su propia sombra, aunque habían voces que le gritaban "estás sola, no lo vas a conseguir", siguió subiendo, mirando siempre hacia arriba, queriendo alcanzar esa luz, recordando su objetivo tal y como lo hacía antaño. 

La hirieron muchas veces, palabras fuertes y acusaciones que la lastimaron sin piedad, que le hicieron llorar y le seguían partiendo el corazón. La culpa le pesaba en su equipaje y a pesar de ello, continúo. También encontró un apoyo en personas que se cruzaban por su vida o que ya estaban en ella. Algunos se fueron, otros se quedaron y otros vendrían de camino y supo que no estaba sola

Alguna vez pensó en rendirse, pero no se había dado cuenta que esa mujer que una vez fue estaba regresando, empezaba poco a poco a retomar su sitio. Se ponía pequeños retos para recuperar aquella confianza casi inexistente, se animaba a sí misma y celebraba sola sus pequeños logros. La culpa la fue tirando de su equipaje, porque se había dado cuenta que no cabía en su vida, que le frenaba sus pasos.

Un día volvió a mirarse al espejo y estaba allí, casi completa, aún le faltaban piezas que quedaban por armar de nuevo, aún quedaba salir de ese pozo, pero ya estaba mucho más cerca. El espejo por fin le había devuelto el reflejo de una mujer que sonreía hasta con los ojos, que volvía a brillar, que ya temía menos arriesgarse y que de nuevo se repetía a sí misma "Un día lo recordaré y  reiré, de esto aprenderé algo". Era su esencia y no podía morir, ella nunca se fue, ella estaba ahí.

Este texto lo dedico a aquellas personas que se han sumido en una tristeza, en una depresión. A aquellas que les han apagado su sonrisa. Aún estáis allí, aún os podéis recuperar. Escuchad vuestro corazón, vuestra alma; ese "yo" que habéis perdido no se ha ido, está ahí y os está gritando porque quiere salir; dejadlo escapar y volveréis a brillar.